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Mientras el cielo huaracino sigue siendo tan azúl que lastima los ojos. Mi nueva casa en el malecón de Chorrillos navega entre las nubes.
Una docena de cajas de cartón y la vieja hélice de madera se vienen conmigo a desandar la misma ruta que hicimos hace diez años. Siento que el nuevo barrio, con sus casas antiguas, sus pescadores, artistas y pasteleros (léase junkies), me llama. Siempre es interesante cambiar de aire, y esa parte de Lima, que siempre atravieso para ir al sur o a la Herradura es como una ciudad, o mas bien un pueblo, totalmente nuevo y por descubrir. Está el viejo bar a la vuelta y un cine abandonado desde la década del 70. El muelle de pescadores, las bancas del malecón donde remiendan las redes, el mercado y su mítico cebiche...
Es imposible no pensar que a la larga extrañaré el aire claro y las enormes montañas. Los bosques escarpados y el rumor del río... pero a cambio tengo al mar oscuro y susurrante a la mano y todo lo que una gran ciudad como Lima puede ofrecer de bueno, malo, nuevo o inquietante.
Lo más importante es la nueva oportunidad de cambiar, de saltar al vacío, de recomenzar...